miércoles, 15 de agosto de 2012

Tejido natural en Los Chorros: crónica de Yndira Fernández incluida en el libro La Voz de la ciudad...

Los Chorros - Foto: Argenis Bellizzio

Sobre ese espacio verde se levantan imponentes las columnas que sostienen la avenida Boyacá, mejor conocida como la Cota Mil, uniendo Caracas de este a oeste. Los habitantes de la Sultana, siempre particulares, han acostumbrado llamar las autopistas con nombres que recuerdan muchas ramificaciones: La Araña, El Pulpo y El Ciempiés. Muestra de la trama y urdimbre caraqueña.

El hilado que cruza la ciudad se refleja claramente por encima y por debajo del Parque Los Chorros, ese bosque de 4 hectáreas inaugurado en 1971 y que a principios del siglo veinte fue un importante lugar recreativo y de encuentro.

En la antigüedad se llegaba al Parque por tranvías eléctricos que esperaban en la estación Agua de Maíz, en Los Dos Caminos. Caobos, ceibas y bucares -testigos de la época- siguen dando la bienvenida hoy en día. Sonidos del viento y pequeños objetos que caen llevan a reencontrarse con los “cachitos” de la infancia, usados como collares, pulseras y simulando instrumentos de viento.

Si uno se encuentra caminando en la Cota Mil un domingo en la mañana puede escuchar un estruendo de aguas, aquella  que cae majestuosa bañando las faldas del Ávila, y seduce los sentidos. Estando en el Parque los sonidos se confunden, por un momento risas de niños, y a los lejos los motores de los vehículos que circulan por la autopista.

La trama se presenta de muchas maneras, unas veces en forma de raíces que se aferran a las paredes para dar vida y sostén a plantas grandes y acorazonadas, otras como raicillas que parecen barbas remojadas, esperando quien las hile.

Verde y amarillo se confunden en el espesor de esos parajes. Los bambúes hacen un entramado natural de troncos que, a punto de caer, fueron sostenidos por sus hermanos aún en pie. Conocidos como “madera de los pobres” en India y “el amigo de la gente” en China, el bambú crece en Los Chorros, y sus altas cañas se confunden entre sí para dar la apariencia de un tejido sin igual. Los más pequeños escoltan el camino. También se observan espigadas flores, unas amarillas, otras coloradas.

Recorriendo el Parque se encuentran caminerías protegidas por barandas verdes, decoradas con sutiles filigranas que armonizan con el entorno. Más adelante los miradores Boyacá y La Llovizna que conducen al visitante al espectáculo de agua cayendo hasta pulverizarse y convertirse en rocío que acaricia alma y piel. La cascada desemboca formando un pozo rodeado de paredes rocosas y piedras caprichosas.

Muy cerca del pozo se encuentran otras rocas donde poder sentarse y contemplar. Otro pequeño bosque se puede observar, esta vez diminuto, formado por tejidos superpuestos de fina seda natural y fabricados por una hilandera arácnida, negra con puntos carmesí, habitante privilegiada de ese espacio natural.

Estudiosos han comprobado que las telarañas son más resistentes que los hilos de acero, así como el bambú por su resistencia y flexibilidad es conocido como acero vegetal. Las bases que descansan sobre el Parque y sostienen la Cota Mil se entrelazan para formar un tejido particular.

Experiencias diferentes que acercan y atraen, una desde lo alto de la autopista, la otra a los pies del cerro aquel, bañado por las aguas cristalinas que recorren, como hilos de plata, las sinuosas veredas de Los Chorros.