Este es el texto de muestra que envié a mis amigos para animarlos a escribir:
El gran árbol frente a la que era mi casa, un caobo, expulsa sus hojas y semillas a principios de año. Sus frutos leñosos, al caer y partirse, asemejan canoas de miniatura, con las que mis hijos jugaron. Luego obsequia montones de florecillas fragantes. A muchos transeúntes, vecinos, dueños de vehículos, barrenderos, etc. les molesta la chorreante profusión de las minúsculas flores. Yo en cambio lo agradecí y aprendí a aspirar su olor dulce y silvestre, muy típico. Hacerlo me produce una inmensa paz y me devuelve a la naturaleza cíclica, a la certeza de que somos eternos y que debemos reanudar nuestro lazo con los árboles. En Caracas hay muchos lugares aún donde se yerguen orgullosos caobos. Cada vez que paso a su lado en la época de floración, aprovecho para poner en práctica ese placer: inspiro profundamente y me es inevitable cerrar los ojos y transportarme. Verdad o no, en ese momento para mí bate más la brisa en esa calle, y recuerdo aquél himno de Alfredo Pietri que no pocas veces cantamos en la escuela: “Al árbol debemos solícito amor, jamás olvidemos que es obra de Dios”.
Es muy evocativo, una muy buena remenbranza,
ResponderEliminarCariños,
Olga
Dile a Indira que publique una fotito de ella, sugerencia pues, chauuuuuuuuuu
ResponderEliminar